21 de febrero de 2013

Atila, Rey de los hunos

Que le apoden a uno el azote de dios, ya deja da mucho de que hablar sobre ese alguien en cuestión. Desde luego Atila, es uno de los poquísimos seres humanos cuyo nombre se conoce en todo el mundo y al que inmediatamente se asocia un recuerdo de terror y destrucción y si esa fue la intención de Atila, lo consiguió plenamente. Aunque no consiguiera dominar el mundo entero, a él le pertenece la gloria de su tiempo y seguro que su alma descansa tranquila sabiendo que fue uno de los soberanos más poderosos de todos los tiempos. Así que comencemos por el principio:



Atila era uno de los dos hijos del rey huno Munzuck. Nació, al igual que su hermano en algún lugar de la estepa húngara, o Panonia como se llamaba entonces, a principios del s. V. Apenas aprendió a andar y como el resto de su pueblo, dejó a un lado las papillas y las remplazó por el manejo del arco huno, arma temible de obligatorio uso para todos los guerreros y que era ya famosa entre todos los pueblos al este del Danubio muy a su pesar. Como, príncipe que era, también disfrutó de la mejor educación posible en otras materias, que entre los hunos básicamente  consistía en la veneración de los dioses, montar a caballo hasta el punto de vivir a sus grupas y en mostrarse siempre muy feroz.

Los hunos eran un pueblo salvaje y turbulento superviviente de la vida más dura en las estepas rusas, nómadas por naturaleza, eran pastores-criadores de ovejas y caballos. No se sabía (y sigue sin saberse) muy bien de donde venían, pues no conocían la escritura y solo transmitían sus difusas leyendas de forma oral, pero su aspecto ya era terrorífico para los germanos que pensaban habían sido engendrados por brujas godas y fantasmas del norte. Por las crónicas que nos han quedado y las descripciones físicas, parece ser que eran de raza mongol, provinientes del noroeste de China, donde ya las habían hecho de todos los colores y dejado un rastro de varios cientos de miles de muertos.

Por algún motivo desconocido, que algunos historiadores atribuyen al clima, a finales del siglo IV migraron hacia Europa. Rápidamente, esto produjo un éxodo masivo de los germanos que vívían junto al Danubio hacía tierras romanas en busca de la protección del decadente pero aun sólido Imperio Romano. Los hunos ocuparon las regiones que hoy serían las actuales Hungría, Ucrania y Rumanía y comenzaron sus razzias o incursiones de saqueo contra todos sus vecinos, que poco a poco acabaron sometidos y fagocitados a la amalgama de lo que comenzaba a ser un poderoso reino.

Fue bajo estos éxitos, bajo los que el joven Atila se formó y bajo los que vió a su padre morir en una trifulca con una tribu rival. Ya había demostrado tener unas habilidades excepcionales de liderazgo y fama de buen guerrero, inteligente, valeroso y muy ambicioso, lo que le granjeó el favor de su tío, Rua, que a la muerte de Munzuck se convirtió en el nuevo rey y el odio de su hermano Bleda, con el que solo tenía en común la sangre y la crueldad.

Por aquel entonces, los hunos de Rua no constituían una nación en el sentido que hoy conocemos. Eran simplemente un grupo más o menos anárquico, sin ninguna residencia fija y solo preocupados por acrecentar su botín fruto del saqueo, que principalmente era obtenido a través del pago de enormes tributos, pues ya ni les hacía falta molestarse en atacar, incluso el mismo Imperio romano les pagaba varias toneladas de oro al año para mantenerlos contentos.

Debía ser pues Rua, un hombre tranquilo, pues tranquilo fue su reinado, mas al terminar, asesinado según cuentan, Atila no se quedó quieto. Una de las primeras cosas que hizo fue la de terminar con el cáos entre las distintas tribus hunas y gobernarlas con puño de hierro, para lo cual no escatimó el uso de la fuerza y empleó con generosidad la que sería su mejor arma : el miedo.

Una vez unificados, se propuso conducir a los hunos hacía botines más cuantiosos y los dirigió contra todas las tribus gemánicas de centroeuropa y el danubio, los godos, os gépidos, suevos, hérulos, rugios... todos sucumbieron ante "el azote" que sabía como utilizar su caballería para hostigar al enemigo con dardos y atraerlo a terrenos favorables para las emboscadas. Quizá Atila no fuera un estratega como César o Napoleón a nivel táctico, pero sabía como hacer las cosas. Después fundo una especie de capital para su imperio llamada Aetzelburg, que era poco más que un conglomerado de tiendas hechas con pieles todas juntas con una casucha de madera donde recibía los sobornos de los embajadores extranjeros.

Los historiadores antiguos destacaran que le movía su avaricia y su ansia insaciable de riquezas, sin embargo nosotros creemos entender el por qué. Los hunos asolaban los campos y destruían las ciudades. Prácticamente vivían para saquear, por lo cual un rey que quisiese conservar la corona y de paso la cabeza, debía de procurar botin a sus hombres, y tras los 20 años de gobierno de Rua, debían de estar especialmente ávidos.

Tras sus campañas en el este y en el norte, ahora Atila veía al Imperio Romano como su siguiente objetivo.
Los romanos estaban aterrorizados, y multiplicaron por diez el tributo que desde hacía tiempo pagaban a los hunos. Pero Atila quería atacar atacó. Se fijo enseguida en el Rico Imperio de Oriente que además era el que tenía más cerca, y asoló Tracia y el norte de Grecia. Llegó a las puertas de Constantinopla, pero carecía de maquinaria de asedio para murallas que envolvían la ciudad. El emperador de oriente Teodosio II, hizo que se retirar a cambio de una fuerte cantidad de oro. Naturalmente Atila se proponía volver, al año sigiente, pero algo ocurrió que hizo variar sus planes. La hermana del emperador de Occidente, Honoria, se hallaba recluida por su hermano en un monasterio, al parecer, debido a su lujuria, y para escapar de aquel infierno de castidad y clausura, no se le ocurrió otra forma mejor que enviarle en secreto una peligrosa propuesta de matrimonio al rey huno.


Atila aceptó, pero a cambio exigió como dote las mitad de occidente. Como previsiblemente sucedió el emperador Valentiniano se negó a dicho enlace y más aun a entregarle por las buenas su imperio a un bárbaro. Esto significaba la guerra, e iba a ser una en la cual el premio era el destino de Europa.

Corría el año 452, y Atila puso en marcha a su ejército, rumbo a la actual Francia que pretendía anexionarse. Intuía que sería una campaña especialmente complicada, por lo que reunió un ejercito enorme, pero muy heterogeneo, formado por un núcleo de caballería huna de élite, y el otro 90 por ciento restante por masas de guerreros de infantería germanos de las tribus conquistadas.

Sin embargo, el ejército romano enviado para hacerle frente no era muy diferente. En efecto, no debemos imaginarnos a la Roma del siglo V como la clásica de siglos anteriores. el Imperio de Occidente prácticamente comprendía solo a Italia. el resto estaba en poder de los invasores bárbaros que empujados por los hunos unos 50 años antes habían ido ocupando la mayoría de las provincias, y ya funcionaban de facto como reinos independientes de cualquier autoridad romana que hubiese quedado. Tampoco tenía ya Roma un ejército propiamente dicho. Más bien confiaba su defensa a mercenarios germanos que obedecían a sus propios caciques, ora francos, ora visigodos o burgundios, que se hacían pagar muy caros sus servicios.

El mismo comandante del ejército romano era de ascendencia goda. Se llamaba Flavio Aecio. Hijo de un noble, de pequeño fue rehén del los hunos de Rua, y era gran conocedor de los hunos y su forma de luchar.
De hecho a menudo los había utilizado como mercenarios combatiendo para los romanos.

Se llamó a Aecio el último romano, por su habilidad como general y por todos los servicios que prestó al imperio, al que sin duda salvó del colapso en más de una ocasión y cuya caída consiguió retrasar.

Los hunos habían llegado a la ciudad de Orleans en el sur de Francia tras su habitual procesión de muerte por los lugares que atravesaban y que sin duda contribuyó a crea aquel dicho de que no crecía la hierba por donde pisaba su caballo. Fue allí donde se encontraron con el ejército romano, que de romano solo tenía el nombre pues estaba casi todo formado por los visigodos de Teodorico junto los francos, burgundios y otras tribus del rey Meroveo.

Esta batalla tuvo lugar en una planicie cercana llamada Campos Catalaúnicos. Los cronistas de la época hacen eco de haber sido esta la mayor batalla nunca vista, hablan de inmensos ejércitos de cientos de miles de hombres luchando entre si, montañas de muertos y ríos de sangre. Una leyenda dice que los fantasmas de los muertos siguieron luchando durante días. Sin duda esto es exagerado y en su odio a los hunos cargaron un poco la mano para magnificar la victoria de los romanos, pero sea como fuere, Atila no pudo con la infantería enemiga, y pese ha haber acabado con cerca de 20.000 burgundios, sus bajas estuvieron a la par a lo que se sumaron problemas logísticos que le obligaron a retirarse.

Esto no le debió de sentar nada bien por que al año siguiente volvió a la carga e invadió el norte de Italia y no se detuvo hasta que llegó ante las mismas puertas de Roma. Dícese que se detuvo y no entro en la ciudad por que el papa León I salió crucifijo en mano a su encuentro y le conminó a volver a sus dominios a cambio de un tributo. Esa es al menos la versión que cuenta la iglesia, pero nadie esta seguro del por qué finalmente se retiró, justo antes de alcanzar su gran objetivo, así que solo podemos especular.

Poco después de su vuelta a Aetzelburg, decidió tomar una nueva esposa para su harén, y en su noche de bodas, sufrió una emorragia nasal y murió. Tenía unos 50 años.

Su pueblo tampoco le sobrevivió. A su muerte todas las tribus que había conquistado se rebelaron y los hunos no fueron capaces por primera u última vez de imponerse, en parte debido a su falta de un líder fuerte que pudiera reemplazar a Atila y en parte por aplastante superioridad numérica del mar de germanos que los circundaban. Al poco tiempo, desaparecen de Europa y se pierden de nuevo en las estepas. Fue el huno un imperio realmente efímero que no duró más allá de su creador y que tampoco dejó ninguna huella significativa, salvo quizá la que algunos estudiosos le atribuyen de haber sido uno de los factores decisivos precipitando la caída del Imperio romano occidental, que se produciría apenas 25 años después.

Dice Indro Montanelli que no sabe que deber le pudo encargar a Atila la providencia salvo el de demostrar precisamente  que la providencia no existe.


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