26 de junio de 2014

Iustinianus et renovatio imperii romanorum

Cuando alguien me pregunta algo relativo a la caída del imperio romano, nunca me canso de repetir que por muy bonito que quede, y por mucho que diga la historiografía, el Impero Romano no "cayó" en el año 476.Y digo esto por que lo que se perdieron fueron la mayoría de las provincias occidentales (y no definitivamente), pero el imperio continuó existiendo mucho, mucho tiempo más, y alcanzando todavía cotas insospechadas de gloria y victoria. Por ello quiero hablar sobre el periodo más esplendoroso que la parte oriental del imperio conocería nunca, de la mano de su más famoso emperador, Justiniano.

El siglo V fue un siglo terrible en casi todas partes, especialmente en Europa. Existen en la actualidad muchas teorías sobre qué es lo que pudo ocurrir exactamente y qué fue lo que empujó a migraciones masivas de tribus nómadas y seminómadas desde las estepas mongolas hasta el Rin. Algunos autores hablan de una pequeña glaciación que recrudeció los inviernos, otros defienden que fue algún tipo de efecto dominó que unas tribus ejercían sobre otras provocando éxodos masivos, puede que sea un poco de todo, pero de lo que estamos seguros es de que no solo el imperio romano sufrió las consecuencias, ya que todos los reinos y Estados más o menos estables se vieron sacudidos por el empuje de feroces jinetes procedentes de Asia Central. China, la Pérsia sasánida o Roma tuvieron no pocas dificultades para superar la crisis, sin embargo a Roma le iban a tocar las peores cartas e iba a salir peor parada que los demás, debido en gran parte a la geografía.

Efectivamente el imperio romano no contaba con los tan infranqueables como áridos desiertos persas, ni formaba una civilización fluvial, compacta y homogénea como la china que aunque no cuenta con barreras naturales por el norte, si que tiene la cordillera del Himalaya al oeste y al sur, por donde no se la molestaba demasiado, pero en cambio Roma conformaba el mas vasto imperio del planeta, y su ejército tenía que montar guardia en 3 continentes, en la práctica asediado por tribus o reinos hostiles. Lo único que separaba la civilización de la barbarie eran tres ríos que hacían las veces de barrera o limes al imperio, el Rin y el Danubio en Europa y el Éufrates en Siria (ya que el desierto del Sahara lo acotaba por el sur), una frontera a todas luces excesiva para una defensa prolongada, con los recursos y la logística de hace dos mil años.

Fue poco después de que Italia cayese en manos de los hérulos y de que se depusiese formalmente al último emperador de occidente, que nacía en Tracia, en el seno de una familia de campesinos pobres un niño de nombre Pedro. En aquel momento toda la zona de los Balcanes era un caos como la mayoría de Europa. Cien años de invasiones ininterrumpidas y la todavía caliente estela de los hunos de Atila, habían devastado todo el área en torno al Danubio. La gente que aun vivía allí, había resistido todos los tipos de penalidades posibles, saqueos, incursiones, a los hunos, y para colmo la despiadada codicia de la administración tributaria imperial, que no pocas veces causaba más estragos a la gente que los propios bárbaros. El mal gobierno es la peor de todas las calamidades. Los pobres tracios entre los que se crió Pedro solo tenían para ofrecer y compartir con los jóvenes el miedo, la miseria, un tristísimo pasado y la promesa de más males venideros.

Pese a todo, en el resto de las provincias orientales las cosas no estaban tan mal. A salvo de las razzias, Siria y Egipto eran prósperos motores comerciales e intelectuales y por supuesto quedaba la capital, Constantinopla, la mayor y más hermosa ciudad del mundo, centro político y religioso del imperio, hacia el que se dirigían todas las miradas. Así que Pedro hizo lo mismo que hacen todos los jóvenes cuando su tierra nada tiene que ofrecerles, emigró, pero tuvo la suerte que a tantos les faltaba, ya que su tío materno Justino, había alcanzado un rango importante en el ejército y ocupaba una buena posición en la corte del emperador Anastasio, lo que le abrió a su sobrino la oportunidad de darse una buena educación y le colaba en la alta sociedad. Como podemos imaginarnos, a Pedro no le hizo ninguna falta que le dieran un par de capones para que se pusiera a estudiar. Aunque no era apuesto, tenía cualidades excelentes; inteligencia, perseverancia, ambición y un talento sobresaliente para la administración (hubiera sido un excelente opositor a notarias,) y además era una persona muy austera (hasta lo tacaño según para que cosas), introvertido (lo suficiente para que los demás jóvenes le apodasen "abuelito" o "eminencia gris") y religioso (hasta hacerle sombra al mismo papa). No se le conocían vicios, no bebía, no organizaba fiestas o banquetes ni participaba en ellos, tampoco gustaba de espectáculos ni de los burdeles como todos los jóvenes ricos de la corte, cuya vida transcurría entre el hipódromo, la taberna y el burdel (en esencia todo sigue siendo igual en nuestros tiempos pero en vez de caballos ahora se usan pelotas).

No tardó mucho en hacerse la mano derecha de su tío, y muchos autores consideran a Pedro como la mano en la sombra que consiguió que a la muerte de Anastasio, el analfabeto de Justino subiese al trono. Es ahora cuando este antiguo campesino, cambió su nombre por el de Justiniano y de una forma indirecta se asoció al trono imperial, pues aunque no fuese oficial, era un secreto a voces que era el sucesor de Justino. Lo más destacable de este periodo de su vida fue haberse enamorado sorpresiva y apasionadamente de una antigua prostituta del circo, Teodora. Procopio de Cesárea en su "historia secreta" nos cuenta algunos datos sobre Teodora relativamente fiables, como que era la hija de un domador de osos, que había viajado notablemente y que gozaba de cierta fama como ramera. Naturalmente, que un hombre como Justiniano se hubiese juntado con una mujer así, primero causó estupor (dado el carácter carca y neocon de este) y luego escándalo. Sin embargo y aunque parezca raro, aun sin educación, Teodora se mostró una mujer sumamente digna de su marido y capaz de estar a la altura de la posición de la esperaba. La verdad es que formaron muy buena pareja donde Teodorá recibió como dote una corona y como recompensa le aportó a su marido la inteligencia y la audacia política que a él le faltaban.

La mejor prueba del afecto y la confianza que Justiniano depositó en su esposa se pudo ver el día del año 527 en el que murió Justino y ambos ascendieron al trono, pues en una ceremonia sin precedentes en la historia del imperio romano, se coronaba como "Augusta" a una mujer con la misma dignidad y a la par que a su marido el emperador. Esto no era pura propaganda, pues inmediatamente Teodora se rodeó de guardias, sirvientes, eunucos y espías y comenzó a ejercer el poder con libertad y autoridad.Justino nunca había sido un hombre popular, ni amado ni odiado, pero la popularidad de Justiniano era pésima y estaba por los suelos al inicio de su reinado (realmente siempre estuvo por los suelos. tanto que me recuerda a la popularidad de Zapatero al final de su segundo mandato) debido principalmente a los excesivos tributos y al carácter antipático del nuevo emperador (un Montoro o un Wert pero con pelo). Lo único que faltaba para que hubiese una revuelta era una pequeña chispa que no tardó mucho en producirse a raíz de una carrera de caballos en el hipódromo. Allí había dos facciones enemistadas mortalmente; los azules y los verdes (que eran el Madrid y el Barça de la época), y aquel día después de una tumultuosa riña de hooligans borrachos decidieron que todo era culpa del emperador y se unieron para provocar disturbios al grito de Niké (victoria en griego).

Después de quemar media ciudad, llegaron hasta las mismísimas puertas del palacio. Justiniano y sus consejeros decidieron que tras el fracaso de la policía era el momento de dejar la ciudad, cruzar al otro lado del bósforo y reunir tropas, pero en aquel momento Teodora tomó la palabra y en un alarde de valor dijo "vete tu si quieres, pero para mí la púrpura es un hermoso sudario", traducido al lenguaje vulgar significa que prefiere la muerte antes que renunciar a su posición y escapar. Justiniano y los demás se debieron de sentir realmente humillados pues una mujer estaba siendo mucho más hombre que todos juntos (imaginémonos el machismo de la época) y rectificaron su postura eligiendo quedarse hasta el final. Sin perder tiempo Teodora llamó a un joven oficial de las tropas del palacio llamado Belisario y le confió la complicada misión de restablecer el orden en la ciudad. Belisario se debía parecer mucho al Napoleón que con 25 años aplastó la revuelta realista en París, y como él, lo primero que hizo fue reunir a sus dispersas fuerzas y atacar en vez de esperar a que la indisciplinada turba tomase alguna iniciativa. Con poco menos de mil hombres atacó el hipódromo (epicentro de los insurgentes) bloqueó los accesos y provocó una matanza donde treinta mil personas perdieron la vida. Sin misericordia, sin piedad, los cadáveres formaron verdaderas montañas,con lo que el peligro desapareció al fin, aunque los daños en la ciudad eran graves.

Para Belisario este éxito supuso el comienzo de su ventura y de su desgracia al mismo tiempo, pues a la vez que se había ganado a pulso la gratitud del emperador y la fama de gran general, se había convertido en un rival potencial, y su fama amenazaba con eclipsar la del propio Justiniano que nunca fue un hombre de armas (los emperadores romanos siempre temieron de que generales victoriosos les usurpasen el trono y su historia está salpicada de ejemplos). Una vez asentada su posición y asegurado su poder, Justiniano tenía que hacer frente a graves problemas, el primero de ello el de repeler los ataques y garantizar la seguridad en las fronteras del imperio. Sin embargo en su mente había una idea rondando, idea que compartían muchos otros miembros de su gobierno, y era la posibilidad de restaurar el antiguo imperio romano, recuperar las provincias perdidas durante el último siglo y volver a hacer del Mediterraneo un mare nostrum. A este proyecto se le llamó la renovatio imperii y a priori no era una idea tan descabellada como nos puede parecer, pero el imperio no tenía la capacidad que los nostálgicos querían atribuirle, pues aunque las ciudades y el comercio eran prósperos, la gente vivía al límite y el ejército era muy débil. Las legiones romanas eran ya un recuerdo del pasado.

Los soldados de Justiniano iban armados con armaduras ligeras, muchas veces de cuero, y la mejor parte de las tropas eran mercenarios germanos o eslavos cuya fidelidad dejaba mucho que desear. Tampoco los números favorecían tan grandes planes, pues como luego veremos, la escasa cantidad de tropas siempre fue un problema muy serio para los romanos orientales que se vieron a menudo incapaces de proteger sus fronteras, labor para la que confiaban más en el oro y los sobornos. Según mis cálculos el ejército romano-oriental de esta época no debía de estar compuesto por más de 100.000 soldados regulares entre tropas de guarnición y fronterizas, con algunas unidades agregadas de mercenarios adicionales, cifra absolutamente insuficiente.

Con todo, el primer paso era asegurar la frontera persa para poder tener luego las manos libres en otras partes, así que enviaron al flamante Belisario cubierto de medallas y le pusieron al frente de las operaciones contra los persas. Fue una guerra complicada, por que primero el rey Cabades y luego su hijo Cosroes fueron buenos capitanes que gobernaron bien y que causaron serias derrotas a los romanos. Tras mucho tira y afloja por parte de ambas partes y tras muchas pequeñas batallas de maniobras se llegó a un compromiso importante; los romanos se comprometían a pagar un tributo inmenso de miles de millones a los persas y esto prometían no volver a atacar a los romanos. A este acuerdo se le llamó "paz eterna", y como todas las cosas "eternas" nunca están llamadas a durar tanto como sus crédulos impulsores esperan. Fue un mal acuerdo para el imperio de Justiniano, quien tuvo que triplicar los impuestos para pagar tan indigno estipendio.

Recordando a Furio Camilo "non auro sed ferrum recuperanda est patria" la patria no se recupera con el oro sino con el hierro. Pero el hecho de que los romanos accedieran a pagar tanto demuestra que ya habían tomado la decisión de atacar otros objetivos, aunque aun no supiesen muy bien donde y cuando, o hasta dónde llegaría su aventura. Probablemente solo esperaban ocupar algunas ciudades estratégicas a los godos o a los vándalos y a lo sumo algunas islas como Sicilia.


Como fuere la suerte estaba de su parte por que tras el alud inicial, los pueblos germánicos habían establecido reinos bien definidos y dinastías consolidadas, pero que tras un tiempo de relativa estabilidad, habían comenzado las disputas y la cohesión de la que dependían se vino abajo rápidamente. El primero en demostrarlo fue el reino Vándalo del norte de África, donde gobernaba Gelimero, bisnieto del ilustre Genserico. Gelimero era hombre muy raro, poseía una buena dosis de audacia acompañada de momentos de brillantez, pero le perdían sus extravagancias y sus trastornos maniaco-depresivos. Según Procopio, que fue un testigo privilegiado de aquellos hechos al ser secretario de Belisario la cosa anduvo más o menos así; Un pariente del rey le disputó la corona y este llamó en su ayuda a los romanos, quienes encontraron un pretexto perfecto para meter las narices y acabar con la amenaza que suponía el reino vándalo. De este modo Belisario desembarcó cerca de Cartago, llevando consigo a lo más florido del ejercito y a una banda de hunos como caballería auxiliar. Tras unas victorias iniciales, Gelimero se recompuso y en Tricameron le ofreció a Belisario una batalla terrible en la que contó si hemos de creer a las fuentes (siempre algo infladas) con unos 50.000 hombres, con lo que duplicaba a los romanos.

Muy cerca estuvo la batalla del desastre, pero la muerte de un pariente de Gelimero, lo trastornó hasta tal punto que dejó de dirigir a sus tropas para llorar al muerto y naturalmente fue vencido y capturado. Así de un plumazo, Constantinopla lograba recuperar todo el norte de África, desde Libia hasta Tánger, una tierra no solo abundante sino estratégica.

Casi sin dar crédito a la hazaña, Justiniano lleno de pompa se dispuso a hacer lo mismo con el reino ostrogodo de Italia. Frente a las súplicas de la princesa Amalasunta y del Papa de Roma, que les rogaban que los liberase de la tiranía de los infieles arrianos, el emperador envió como de costumbre a Belisario, primero con la orden de tomar Sicilia y después de avanzar hasta Roma. Los desorganizados godos no fueron capaces de resistir, y entró en la ciudad en el año 538. Debió de ser un momento muy entrañable el ver como el imperio de los antiguos romanos iba cobrando forma de nuevo. Para colmo en Hispania pasó algo muy similar y el imperio logro hacerse con el control de toda la parte sur de la península, lo que volvía a hacer del Mediterraneo un lago casi por completo romano.


Pese a todo, las cosas empezaron a complicarse peligrosamente. La rápida conquista y la inmensa extensión que acababa de realizar el imperio de oriente tuvo repercusiones desastrosas en la economía y el la seguridad de las fronteras. La ingente cantidad de recursos empleados en las guerras contra vándalos y godos se tradujo en un aumento brutal de los impuestos sobre una gente ha exprimida al máximo, lo que depauperó hasta el extremo amplias zonas de Siria , Capadocia y Egipto. Para colmo en aquel momento de debilidad, el rey persa Cosroes decidió que era un buen momento para romper la "paz eterna" y atacar a los romanos que estaban desprevenidos y con las manos atadas en el sitio de Milán. Implacablemente los persas llegaron hasta la costa (lo que no había sucedido desde hacía dos siglos y medio) y arrasaron la capital de Siria, Antioquía, una de las ciudades más grandes, importantes y hermosas del imperio. Fue un desastre gigantesco que provocó un terremoto político. Apresuradamente Justiniano mandó a Belisario a contener al invasor pero ay!, este no tenía tropas y además Justiniano celoso de tantos éxitos quería verle fracasar. Llegó medio en pelotas y apenas acompañado por una escolta, barbudo y agotado a detener al gran rey de Persia. Su mera presencia los amilanó un poco, y tras haber llevado acabo unas razzias muy provechosas y aceptar un cuantioso soborno, regresaron a su tierra.

Justiniano culpó del desastre al general al que nunca apoyó lo suficiente y que pese andar falto de recursos hacía milagros con lo que tenía, y lo destituyó de sus cargos y honores para gran alegría de Teodora a quien le obsesionaba la idea de que Belisario les usurpase el poder. Para colmo una tribu de eslavos atacó Tracia y llegó a las puertas de Constantinopla (frente a cuyas murallas nada pudieron hacer). La situación era mala y por si aun no lo fuese suficiente y en cumplimiento de ese dicho que reza que todos los males aparecen todos a la vez, una gran epidemia de peste sacudió todo oriente medio y Europa. Las cifras de mortalidad que nos han llegado son terrorificas. Pereció aproximadamente un tercio de la población en la que los historiadores modernos definen como una de las peores plagas de la historia,que estuvo a punto de costarle la vida al propio emperador.



Como podemos imaginar, si a la crisis económica, política y militar le sumamos una super epidemia y una crisis demográfica, podemos hacernos una idea del panorama del siglo VI. Pero tras tantos reveses al imperio todavía le quedaron fuerzas para consolidar la conquista definitiva de Italia y para concluir una ambiciosa política urbanística basada en la construcción de magníficos monumentos y edificios públicos como la catedral de Santa Sofía. Por otro lado, otro de los hechos por los que el reinado de Justiniano se hizo más célebre, fue por la compilación del derecho romano que impulsó de la mano de su cuestor de confianza, Triboniano. Este hombre elaboró una magna compilación de todas las responsa de la época altoimpeial y unificó toda la legislación imperial vigente. Producto de su trabajo fueron el codex y las pandectas o el digesto, que junto a las instituciones forman el Corpus Iuris Civilis, que es la base de todo el derecho latino y europeo continental. Sin embargo la impopularidad de Justiniano alcanzaba a también a sus ministros y Triboniano no fue una excepción. No puedo dejar de ver una cierta similitud entre Justiniano y Mariano Rajoy. Ambos hombres impopulares que dejan que otros den la cara y a quienes poder sacrificar si se diera el caso.

No mucho después de la publicación de tan ardua labor, Teodora falleció, dejando a su marido más solo y gris que nunca, encerrado cada vez más en lecturas teológicas y más dispuesto a atender disputas religiosas que problemas acuciantes. Belisario fue redimido pero tampoco él sobrevivió demasiado tiempo ya que el gran héroe falleció después de Teodora.

Al final del reinado de Justiniano la situación estaba tranquila en las fronteras, pero era un espejismo, la calma antes de la tempestad que se llevaría por delante todo lo logrado a costa de tanta sangre. Cuando Justiniano murió en 565 la gente no se entristeció. Se fue un hombre que nunca había sido amado y que si bien dejaba como legado una Constantinopla renovada y hermosa, y un imperio digno de los césares, también había legado mucha miseria. Las provincias nunca se recuperarían materialmente, y el ejército era incapaz de proteger las inmensas fronteras. Solo dos años después de su muerte Italia y los Balcanes estaban invadidos, los persas campando a sus anchas por Síria, y en Arabia un tal Mahoma había nacido ya, y se preparaba para convertir a su pueblo en la némesis de los bizantinos.

Si tuvieramos que hacer un balance sería el siguiente; en política interior un desastre y en exterior tremendamente afortunada que no acertada. Quizá todos los que pagaron con su sangre la ambición de Justiniano y Belisario no estén de acuerdo, pero las gestas que lograron fueron asombrosas y estuvieron a la altura de los ilustres antepasados a los que pretendieron evocar y que seguro, con gusto, los habrán recibido junto a ellos en la inmortalidad de los versos de los mejores poetas.

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